El artista ha de ser ciego a las distinciones entre convenciones formales admitidas y no admitidas, sordo a las exigencias y enseñanzas efímeras de su Época concreta. Ha de observar solo la tendencia de la necesidad interior y atender solo a sus dictados.
Consecuente con la postura del pintor abstracto, Maykel Herrera (Camaguey, 1979) ha hecho caso omiso de las modas en el arte para producir una obra que instrumenta su percepción entre la realidad concreta y las complejidades del espíritu. Ha incursionado con mayor o menor brevedad en diferentes modos de expresión plástica (lo cual incluye el instalacionismo y la performance), pero por bastante tiempo se ha mantenido apegado a la pintura, espacio de creación en el cual se desenvuelve con destreza y cuyas prerrogativas lo mantienen cautivo dentro de su propia búsqueda formal, asumida sin prejuicio y aprovechando el don de su oficio. Es precisamente con este medio artístico que el creador ha podido andar el escabroso camino de los incluidos en el contexto plástico cubano, donde la pintura es tan versátil como raigal.
Colorido y estridente, su quehacer se hace reconocible y se distingue por su conflictividad tanto en lo compositivo como en su contenido de evidente corte freudiano.
La figuración retratística de sus protagonistas, se conecta con los fondos abstractos a través de drippings que revelan el modo movimiento del autor por varios lenguajes artísticos. Pareciera que Maykel quiere conquistarlos todos y subyugarlos en un mismo espacio, en el corto largo de un lienzo. En él sus personajes siempre aparecen protegidos por una aureola brillante que los resalta y mitifica en claro juego entre lo sublime y lo terrenal. En algunas de las zonas de sus cuadros, la abstracción alcanza gran solidez y autónoma. Estas, sin embargo, operan en el conjunto como el fondo onírico donde el artista sitúa sus historias.
Son fondos rojizos y ardientes, irregulares y confusos que sobrecogen y absorben. Sus composiciones, bien alejadas de las antesis, mas no de lo simbólico, son proliferas en detalles y todos importantes, lo que con frecuencia produce varias líneas de fuga y una reacción desconcertante en el espectador debido a los imperativos de las lecturas sugeridas tanto por el conjunto como por cada elemento representado. Sus trabajos testimonian su eficacia técnica, pero lo que realmente inquieta de ellos es esa profusión de elementos y pinceladas.
Es un artista que narra situaciones existenciales y que trasmite estados mentales y sentimentales. Es esta la directriz discursiva que ha guiado coherentemente toda su carrera hasta hoy. En todos los momentos, ha apostado como propuesta estática por un universo codificado, recargado y elocuente que se deriva del interés del artista por ubicar el individuo ya no solo en un contexto social, sino también en el propio conflicto subjetivo que se genera a partir de la interacción con este. Este tema en su obra se abre como una obsesión.
Desde la pintura las circunstancias que evoca, más que detenidas en el tiempo, sugieren un estatus de progresión que se concatena con las preocupaciones filosóficas y humanistas del artista quien en su Última serie está trabajando la infancia como metáfora de vulnerabilidad, adaptación e inocencia. Este trabajo, en el que ha ensanchado sus espacios hacia el gran formato, será exhibido próximamente en la galería habanera La Acacia, pero un adelanto ha podido apreciarse recientemente en la exposición Casabe y mata baro, en el Convento de Santa Clara, en el Centro Histórico de La Habana.
Por deseo de este artista, los camagueyanos dedicados a la plástica y residentes en, se reunieron en este espacio con la idea de unir generaciones y recordar los orígenes. Según Maykel, independientemente de que uno tenga antojos de este tipo, la plástica cubana es una sola; pero esta iniciativa romántica ha revelado las aportaciones de esta peculiar provincia cubana a la creación nacional. Desde nombres ampliamente reconocidos como Roberto Fabelo, Flora Fong y Aisar Jalil, hasta representantes del arte más joven como Esterio Segura, Franklin Ílvarez, Aziyade Ruiz y Alain Pino, formaron parte de la nómina de esta propuesta a la cual acudieron con obras representativas del quehacer de cada uno.
Maykel, quien dirigió y curo este proyecto, participó con dos obras en las que nociones de aceptación, conformidad y disciplina, se alistan en un deber ser de miles de representantes de diferentes zonas del planeta o de disímiles pocas o credos. Cucharas y ollas se ofrecen como sostén de estos personajes; metonimias de la alimentación desde una postura cínica que vuelve a mirar, quizás de un modo menos hiriente, pero igual de alusivo, a uno de los asuntos fundamentales y más manidos de la humanidad.
Para Maykel lo importante no es estar a la vanguardia, no es inventar un nuevo modo ni decir lo nunca dicho. Para Él lo relevante es expresar, con vocación humanista y soltura desbocada, una postura Ética sostenida desde la fuerza que el signo y el color le ofrecen. Mira todo su entorno desde ese estatus abstraído con la capacidad que poseen los artistas para colocarse en otra dimensión, y lo exterioriza atendiendo a los dictados de su necesidad interior.
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